Reparando en lo importante: la tendencia de arreglar antes de tirar

¿Quién hubiera pensado que en momentos de crisis estar descalzos y en shorts o pantalones de yoga sería la forma de mejor afrontar una pandemia? De repente, nuestros closets llenos de ropa fueron quedando obsoletos, con piezas de las más recientes temporadas colgadas sin ser usadas, sin audiencia a quien pudiéramos mostrarlas.

De igual manera nuestros coches, motos, joyas, y demás fueron quedando en la ignominia, obsoletos en un momento en que solo quienes estén puertas adentro con nosotros—o algún colega en Zoom, o tal vez nuestros seguidores en Instagram—pueden apreciar. El punto es que sin darnos cuenta, todo lo que teníamos acumulado pasó a un segundo plano, haciéndonos pensar: ¿de veras necesitamos tanto?

Estamos en un quiebre histórico que nos hace replantearnos la forma como vivimos, cuánto gastamos, y en qué. Es tiempo de repensar el valor de lo que ya tenemos y evitar compras innecesarias, reconociendo el tiempo—y no las pertenencias—como la divisa de mayor valor.

Aunque frecuentemente prioricemos las tendencias y ganas de vernos a la moda sobre el impacto social, económico, y ambiental de la industria, el fast-fashion es un ámbito que tendrá que terminar en este nuevo orden social. El afán por producir una colección nueva semanalmente ha llevado al crecimiento exponencial de algunas marcas, pero no sin poner en riesgo el bienestar de sus trabajadores y el medio ambiente.

Algunos estudios resaltan que cada segundo que pasa, el equivalente a un camión de la basura lleno de ropa termina siendo incinerado—o peor aún, en los vertederos de basura. Según el World Resources Institute, desde el 2014 los consumidores han incrementado la compra de vestidos y accesorios en un 60%, pero utilizándolos menos de la mitad del tiempo que prendas compradas en el pasado (lo que implica una pérdida económica de unos USD $400 millones). Para darles una idea: hacer una t-shirt de algodón se requieren 2,700 litros de agua, el equivalente a lo que bebería una persona en dos años y medio.

Uno pensaría que el objetivo de cualquier marca de ropa es continuar vendiendo el mayor número posible de productos, pero Patagonia parece ser la excepción. En una movida aparentemente paradójica, la compañía especializada en ropa de montaña está convenciendo a sus clientes de arreglar la ropa vieja por medio del proyecto Worn Wear. A través de diferentes activaciones en varias ciudades de EEUU, Patagonia lleva a un equipo de artesanos, modistas y costureros para reparar las prendas que estén dañadas.

También existe la posibilidad de intercambiarlas con otros asistentes, además de reciclarlas (la compañía produce ropa nueva con elementos de las donaciones que estén en buen estado). El resultado de salvar una prenda: una reducción del 20-30% de la huella de carbono y el gasto de agua con solo extender la vida útil por 9 meses.

Cada una de nuestras compras tiene un impacto global; la moda barata tiene implicaciones sociales y ambientales que a veces no contemplamos—desde estar apoyando una industria que paga menos de USD $1 al día a trabajadores en países en desarrollo (como Bangladesh o Nicaragua), hasta el inclemente uso de pesticidas para crecer materiales naturales, o petróleo para producir materiales plásticos y artificiales.

La próxima vez que abramos nuestros armarios, preguntémonos: ¿Cuánto de esto realmente me pongo? ¿Cuánto más necesito? Replantear nuestras compras y reducir nuestro consumo resulta siendo más importante que estar a la moda. De todas formas, la ropa vintage, de segunda mano, y las alteraciones lleva a creaciones creativas—después de todo, ¿Cuál es la gracia de vestir igual a todo el mundo?

(Caso Patagonia)

Worn Wear – Used Patagonia Clothing & Gear